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Paso a Paso
La experiencia poética de los románticos llevó a su máxima entidad el predominio de la noche. Al irrumpir en su misterio, los poetas buscaban la total armonía con la naturaleza, impulsados con intensidad por las representaciones del inconsciente. Para ello aniquilaron las apariencias temporales, aprehendieron la existencia inmediata como una vía hacia ámbitos nocturnos y oníricos, aplicaron nuevos significados a la revelación de las sensaciones y así la poesía se convirtió en una forma de conocimiento «mágico» que relacionaba estrechamente lo circundante con la vida oscura del poeta. De esa manera, Jean Paul, Novalis, Teck, Hoffmann, Hölderlin y muchos otros en la Alemania del siglo XIX encaminaron su inspiración por una búsqueda del Ser sólo comparable a la emprendida por el místico. Habían descubierto que una misma ley impera en el mundo exterior y en el interior de la conciencia, y ella les ofreció la seguridad de alcanzar esa prevista comunicación que los hacía disolverse en el universo. La concepción analógica entre universo y alma se hizo a tal grado consciente que a menudo precedía a la aventura lírica.
La radicalidad de esas ideas -en parte desbordadas de Alemania y en parte creadas paralelamente- se manifestó en Francia en una extraordinaria pléyade de escritores que contribuyeron a formar una impetuosa corriente que todavía hoy, en los surrealistas sobre todo, adquiere vigencia. Sénacour, Nodier, Guérin, Nerval, Hugo, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Mallarmé y Proust han fortalecido esa tendencia al sumarse a la gran familia literaria que confía su inspiración al sueño y a la noche, y han ayudado a crear el concepto moderno del arte.
En este admirable estudio sobre el romanticismo alemán y la poesía francesa, Albert Béguin establece las ideas que impulsaban a aquellos escritores y la filosofía peculiar en que se cimientan sus obras.
De Béguin, fallecido en Roma en mayo de 1957, a los cincuenta y seis años de edad, se ha dicho: «Era un hombre extraordinario, comprometido en la impaciencia, de una generosidad de inteligencia y corazón de la que hay pocos ejemplos en nuestro tiempo… Con el cigarrillo eternamente en la boca, en conversaciones que devoraban una parte preciosa de su tiempo, intentaba siempre sacar a la luz nuestras convicciones interiores y nuestra verdad…» Decía pertenecer a la raza de los lectores y sentía la lectura como una exigencia espiritual. Se ha dicho también de él que sus juicios de exclusión podrían ser muchas veces estrechos, pero que nadie era más perspicaz y ferviente que él en sus juicios de inclusión, es decir, en aquéllos en los que su gran amor hacia un autor le permitían incluir todo lo que en él había de más íntimo y a la vez de más universal. Ningún ejemplo mejor de esta genial «crítica sin método» que este libro que Fondo de Cultura Económica reimprime de nuevo para sus muchos y muy fieles lectores del gran ensayista francés.