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En 1992, a raíz de la compilación de las tiras cómicas de Mafalda por parte de la Editorial Lumen (bajo el título de Todo Mafalda), Gabriel García Márquez escribió un texto en el que reflexionaba sobre su lectura de la obra de Joaquín Lavado, mejor conocido como Quino. Fue casi una carta, hecha de su puño y letra, en la que el narrador colombiano reconoció la agudeza del caricaturista argentino para entender la sabiduría de la infancia y acuñó un nuevo y elogioso término: la “quinoterapia”.
Esta “quinoterapia” era para García Márquez lo más parecido a la felicidad. El juego de palabras con uno de los procedimientos médicos para tratar el cáncer (quimioterapia) es interesante, sobre todo si se tiene en cuenta que, a principios de 1992, a Gabo le habían detectado un tumor de un centímetro en el pulmón izquierdo que acabaría operándose con éxito en la Clínica Santa Fe de Bogotá. Lo cual significa que, para la época de Todo Mafalda, el escritor pensaba en los misterios que suscita el cáncer. La “quinoterapia” era, por lo tanto, una forma de combatir la metástasis de la adultez en la mente y el espíritu de los niños.
“Quino, con cada uno de sus libros, lleva ya muchos años demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría. Lo malo para el mundo es que a medida que crecen van perdiendo el uso de la razón, se les olvida en la escuela lo que sabían al nacer, se casan sin amor, trabajan por dinero, se cepillan los dientes, se cortan las uñas, y al final –convertidos en adultos miserables– no se ahogan en un vaso de agua sino en un plato de sopa. Comprobar esto en cada libro de Quino es lo que más se parece a la felicidad: la quinoterapia”, afirmó el escritor en su texto. La Editorial Lumen lo incluyó en Todo Mafalda a manera de prólogo.